Ojos que no ven
Un día delicioso en el campo. Paseos bajo los árboles, bocadillos y siestas al sol.
Nadie interrumpe, nadie nos dice que necesitamos algo más para ser felices.
Sin anuncios, sin estímulos. Solo paz.
Y todo va bien.
Hasta que volvemos a la ciudad.
Y empieza el juego: mensajes, estímulos, olores, escaparates, notificaciones, anuncios, más anuncios. Todo grita: ¡compra!
Pero si no lo veo, no lo quiero.
Si nadie me lo recuerda, no lo necesito.
Ojos que no ven, corazón que no siente.
Vivimos abrumados.
Demasiadas cosas, demasiadas decisiones, demasiado ruido.
Incluso sabiendo que así no queremos vivir, cuesta mucho cambiar.
¿Cómo recuperar el control?
Después de años de practicar el minimalismo, aprendí un truco que me funciona:
La regla del sueño
Si veo algo que me gusta, no lo compro.
Espero unos días.
Si lo sigo recordando —si incluso sueño con ello— entonces lo pienso.
Spoiler: casi nunca pasa.
Pero más importante aún es aprender a dejar ir.
Y para eso, basta con dos preguntas:
¿Me gusta? ¿Lo uso o lo necesito?
De no ser así, fuera.
También ayuda cambiar el enfoque:
No pienses en qué soltar, piensa en qué te llevarías si tuvieras que mudarte en cinco minutos.
¿Qué importa de verdad? ¿Lo sabes?