Menos es más (pero no es nada)
¿Minimalismo es vivir con nada? ¿Un espacio vacío, sin alma ni objetos?
¿Qué consideramos esencial?
¿Un sofá de autor o una silla sin firma?
¿Acabados pulidos o materias en bruto?
¿Ambientes fríos o rincones cálidos que abracen?
Conocí el “menos es más” en la universidad al descubrir a Mies van der Rohe.
Ese lema que hoy está por todas partes, nació como una revolución.
Una apuesta por lo esencial, por eliminar lo superfluo, por hacer espacio para lo que importa.
Durante años hojeé revistas que mostraban casas de diseño tan perfectas que parecían museos.
Bellísimas, sí. Pero mudas.
No daban ganas de quedarse a vivir.
Yo prefiero otra cosa.
Prefiero la irregularidad. Las texturas que cuentan historias.
Los objetos que no presumen, pero acompañan.
La madera sin pulir, el lino arrugado, el barro imperfecto.
El gris suave, el blanco roto, el abanico completo de colores tierra.
El silencio mullido de una manta bien usada.
Para mí, eso es simplicidad.
No es frío, ni rigidez.
Es cobijo.
Es un espacio que no necesita hablar alto para decir mucho.
Un lugar donde uno se siente en casa.
Crear un hogar sencillo no es tener menos por tener menos.
Es rodearte de lo que amas. De lo que usas. De lo que te calma.
La clave no es cuánto tienes,
sino cuánto necesitas para sentirte tú.